Posteado por: Raudel Ávila | May 14, 2009

[Tiempo de arena] Ilusiones mediáticas

Me permito comenzar mis intervenciones en este espacio agradeciendo la generosa invitación de Aramis Kinciño Hernández para colaborar con una iniciativa juvenil tan atractiva. A pesar de que me hubiera gustado servirme de mi primera colaboración para proponer una reflexión menos coyuntural, la catarata de necedades mal manejadas que han presentado los medios de comunicación mexicanos, me impulsa a escribir sobre las “explosivas” notas del momento.

 
Lamento la mínima calidad periodística de los espacios informativos mexicanos, o en palabras de José Carreño Carlón, especialista en estos temas, “la pobreza de nuestra agenda pública”. Tal parece que, en los últimos días, no hay cuestiones más apremiantes para los encargados de informarnos, que la publicación de un libelo y las declaraciones de un ex presidente en edad avanzada y que no goza del uso pleno de sus facultades mentales. Los escándalos de temporada que exhiben los noticieros televisivos, radiofónicos y las publicaciones de la prensa establecen paralelismos entre el así llamado “periodismo de espectáculos” y el supuesto “periodismo serio” y de corte político que se ejerce en el país.

carmen_aristeguiLa práctica de reproducir declaraciones desprovistas de su contexto original para gestar pleitos mediáticos entre personajes de visibilidad pública, el manejo de las notas con el mayor sensacionalismo posible y la recurrencia de los chismes ajenos a toda evidencia empírica, fijan el parentesco entre un gremio que no se está dando a notar por su profesionalismo. Sírvase, el hipotético y ocioso lector, hacer el siguiente ejercicio.

Prenda su radio y sintonice a las seis de la mañana el noticiero radiofónico de Carmen Aristegui en MVS Noticias. Tómese la molestia de escucharlo completo. Una vez concluido este calvario auditivo, se dará cuenta que siente un molesto sonsonete en los oídos por el timbre de la voz de esta mujer arrogante y que ha padecido cuatro horas de desprecio por el lenguaje, de desconocimiento de la sintaxis, de antipatía por la gramática y la expresión verbal más elemental. Permítase un descanso y a las once de la mañana ponga la frecuencia correspondiente a Radiofórmula en su radio. Escuchará el arranque del programa “Todo para la mujer” de Maxine Woodside, un programa que se concentra en la difusión de chismes de la farándula. Si lo aguanta completo, advertirá semejanzas sorprendentes entre una comunicadora y otra.

La Chicuela con Maxine Woodside y Marintia EscobedoNote usted cómo ambas emisiones se limitan a la presentación de notas informativas correspondientes a declaraciones de personajes conocidos, a las que anteceden y continúan prolongados comentarios editoriales, restringidos a la exposición de opiniones de los participantes en el programa. Bien es verdad que las opiniones no se molestan en aportar evidencia documental de lo señalado en las declaraciones. Éstas últimas se dan por ciertas, sobre todo en los casos en que la reputación de un personaje que no goza de las simpatías de la titular de la emisión es el que resulta lesionado por los señalamientos irresponsables de alguno de sus detractores. Y en eso se van las horas.

 
Son muy pocas las noticias presentadas, son menos las que se ocupan de temas y personajes allende las fronteras nacionales. Los conductores de ambas emisiones se pasan toda la semana repitiendo lo mismo y convocando a un equipo de reporteros sin formación universitaria. Indague usted cuántos de estos tienen un título de licenciatura o equivalente y cuántos han sido educados académicamente en el periodismo o en medios de comunicación. Recuerde que los ejercicios periodísticos más serios del mundo disponen de un código de ética accesible a quien desee consultarlo y pregúntese si estas emisiones lo tienen. Chismes, es casi todo lo que ofrecen, excepto en el caso de Maxine Woodside, quien, de vez en cuando, tiene cobertura de asuntos culturales, temas por cierto ajenos al programa de Aristegui.

 
La transición a la democracia en España estuvo acompañada por la irrupción de nuevos formatos informativos, de una nueva generación de comunicadores, de un periodismo de vanguardia encabezado por el diario “El País”. En México, gobierno y oposición, políticos, empresarios y comunicadores se llenan la boca del deseo de construir un nuevo régimen, del afán de consolidar la democracia (como si las democracia fuese un proceso irreversible) y no sé cuántos disparates. Bien podrían arrancar por el uso adecuado del lenguaje y el aumento de la calidad de nuestros medios informativos, mismos que espero se tomen la molestia de comprobar la veracidad de una nota antes de difundirla y dañar la imagen de los individuos involucrados.


Respuestas

  1. Creo que ningun informador puede deshacerse enteramente de sus preferencias políticas. Pese a ello, es cierto que debe perseguir la mayor imparcialidad posible, y que Aristegui no se distingue particularmente por ello…

    Por otro lado, quizá valdría una pequeña nota en el blog, esa que suele decir «los comentarios vertidos en este espacio son responsabilidad de quien los emite»

    Saludos

    • Oswaldo:
      Quiero aclarar que mi insatisfacción por el trabajo de Aristegui y otros colegas suyos no nace por falta de «imparcialidad». Creo que la imparcialidad es un principio difuso y prácticamente imposible de cumplir. Estoy convencido del valor del «espectador comprometido», como le llamaba Raymond Aron, y creo firmemente en el periodismo militante, activo, de causa. No es un secreto para nadie la tendencia favorable al PSOE que se maneja en el diario «El País» o las simpatías demócratas del New York Times. Me parece, no obstante, que dentro de esas filias caben profesionalismo, rigor y seriedad mayores que los que manejan nuestros medios. Cierta ética mínima que permita comprobar la información que difunden antes de transmitirla. Eso entre otras cosas. Creo que se puede defender una tendencia con dignidad intelectual y sin dañar innecesariamente la reputación de un individuo cuando no hay pruebas sólidas.

  2. Estimado Raudel, me da gusto leer tu colaboración. Suscribo en general tu malestar por la calidad de nuestros medios de información y quienes se ocupan de informar. Pocos — la verdad es que en este momento no se me ocurre ninguno — se salvan. Menos que nadie Aristegui.

    Me parece divertida la comparación que haces con Maxine Woodside, pero no me parece acertada del todo. Y es que no estoy seguro de que la similitud en el formato sea suficiente para decir que son lo mismo, pues los asuntos personales de la farándula no son, ni deberían serlo, asuntos de interés público, mientras que los de los políticos pueden serlo y generalmente lo son.

    Entiendo que la eliges porque ves en ella a una líder de opinión que no ejerce su rol con responsabilidad. Sabemos que muchos la consideran algo así como una paladina de la justicia, al igual que a sus colaboradores habituales, y es por ello que se ha hecho de cierto poder – mediático y real, intencionalmente o no – que la convirtió en la comunicadora o periodista más visible e influyente entre los mexicanos. Y es por esto mismo que se debería exigirle, si no objetividad, si congruencia, para que reparta denuncias por igual y que sus omisiones no obedezcan únicamente a sus afinidades.

    Es cierto, e inevitable, que los periodistas y opinadores no pueden dejar a un lado sus afinidades políticas. Aristegui, sin embargo, ni siquiera reconoce tenerlas, o las pretende disfrazar – o calificar – como preocupaciones sociales, lo que le permite desmarcarse de cualquier conflicto político y asumir que está del lado de “la gente”. Es el mismo recurso, por ejemplo, que utilizaron Fox y López en sus campañas presidenciales para intentar desvincularse – entre el electorado, al menos – de la clase política “tradicional”.

    Y tal vez es esto lo que la hace tan exitosa: su denuncia constante de la corrupción y de la política en general. Esto me hace pensar que su posición es un reflejo de la relación entre la política en general y los ciudadanos y la masa, y sintomática de nuestra cultura política: apática, desvinculada, poco transparente. Exiguamente republicana y nada cívica, dirían los clásicos.

    • Guillermo:
      Eres muy generoso al tomarte la molestia de leer completa mi intervención y todavía más generoso al escribir una respuesta tan extensa. De verdad muchas gracias.

      Tienes razón, la comparación de Aristegui con Woodside es injusta. Woodside trabaja con más oficio periodístico, experiencia y rigor profesional que Aristegui. Hablando en serio, creo que los asuntos personales de los políticos tampoco son asunto de interés público, o más bien, no en todos los casos.

      Me irrita la cobertura que se hace de la vida amorosa de Enrique Peña Nieto o Ebrard, o Sarkozy, o quien sea. Son asuntos que no me importan y los pormenores que les dedican nuestros medios son dignos de mejor causa.

      El formato no lo es todo, pero sí es mucho, y creo que en los medios de comunicación masiva es casi todo. Lamento traer a cuento una cita tan manida como la de Reyes Heroles («en política la forma es fondo»), pero creo que mantiene vigencia. A lo mejor podríamos añadir que la forma no es todo el fondo. Con todo, es una parte verdaderamente significativa del mismo.

      La forma en que presentan las noticias tiene mucha incidencia sobre la forma en que se reciben. Puede transformarla en una noticia diferente. Estoy muy disgustado por el manejo que he observado estos días. En primer lugar, cualquiera puede ver que MMH responde monosílabos y que es la propia Aristegui quien le pone palabras en la boca y lo guía. Esta mujer se siente Robert Frost entrevistando a Nixon, cuando no es más que una reporterilla provinciana (y lo dice un servidor que trabajó como reportero de un diario de provincia) acosando a un anciano que no logra articular con claridad sus pensamientos. Lo que sucede es que esta mujer no ha logrado recuperar los niveles de audiencia que tenía en W Radio y se vale de escándalos para tratar de conseguirlos.

      En segundo lugar, los medios dicen que Beatriz Paredes declaró «que no mete las manos al fuego por nadie». Lo que no dicen es que la pregunta que le hicieron fue si metería las manos al fuego por Salinas y que su respuesta textual fue «no meto las manos al fuego ni por mí misma». Es decir, se transforma en otra noticia muy distinta por obra del formato en que se presenta la nota.

      La narrativa «buenos y malos» y de autovictimización que usa la así llamada «izquierda mexicana» es ajena a la lógica más elemental. Debemos creerle a Aristegui porque antes, según ella, fue victima de un atentado a su «libertad de expresión». Por cierto tampoco pudo comprobar nunca ese supuesto atentado a su libertad, de ahí que no se atreviera a proceder legalmente. Lo que sucedió fue que se produjo incumplimiento de contrato en criterios editoriales y no estuvo dispuesta a aceptar lo que ella misma firmó tiempo atrás. Claro, vende más construirse una imagen de mártir.

      La supuesta izquierda mexicana, en sus variantes mediáticas, políticas y académicas exige que votemos no por sus propuestas (desconocidas hasta el momento) sino que los apoyemos porque fueron «reprimidos» en el 68, en 71, porque el gobierno los detuvo cuando siendo guerrilleros quisieron convertirnos en una aldea bolchevique al servicio de la URSS e imponernos una dictadura comunista mucho más feroz que el autoritarismo de Echeverría, quien por cierto le dio trabajo a muchos de los antiguos activistas del 68. Esta gente quiere que se les crea todo lo que dicen porque sufrieron un supuesto fraude electoral en 1988 y otro en 2006. ¿Cuándo han logrado comprobarlos? ¿Hay una sola evidencia que apunte en esa dirección a no ser el rencor y testimonio de los supuestos afectados? Claro, nunca hay pruebas porque todo es una confabulación. Por más coraje que les dé, nunca han probado ni un solo de sus dichos, nada más intensifican su especulación. Es hora de dejar atrás toda esa ficción, esa nueva historia oficial construida desde la oposición y exigir propuestas para enfrentar la crisis económica, la mala situación educativa, la pobreza del sistema de salud pública. La oposición, como dicen los ingleses, es un servicio público de crítica documentada, no antagonismo reaccionario al sistema. En fin.

      Aristegui no hace más que reproducir y dar eco a estos lugares comunes. NO creo que se haya puesto a reflexionar sobre el particular. Me parece que no se cuestiona las cosas que repiten sus allegados. Simplemente heredó el odio por Carlos Salinas de Gortari que tenían los editorialistas de su emisión. De ahí que se advierta en su entrevista la inflexión de su voz, la emoción cercana al éxtasis que le producen las palabras de Miguel de la Madrid y la poca capacidad que tiene para calmar sus pasiones. Su nulo apego al idioma, su manejo de las «formas dialectales» (expresión de Fernando Escalante) de los medios de comunicación y su utilización de términos importados indiscriminadamente de malas traducciones de textos de las ciencias sociales manifiestan pobreza conceptual, lecturas limitadas y aseo mental mínimo. Ahí también creo que la forma es fondo.

      Es tan limitado su análisis que dudo que se haya percatado de estarle sirviendo a la derecha panista en sus propósitos electorales. Está ayudando a disminuir la intención de voto del PRI sin por ello beneficiar a su querido López Obrador.

      Estoy harto de que hablen ella y sus simpatizantes de una partidocracia, como si pudiera haber democracia sin partidos políticos. Estoy cansado de su jerga neoliberal. Sí, neoliberal, pues no hace más que atacar al estado y sus instituciones, en lugar de proponer su reforma. Se pone del lado de los empresarios sin darse cuenta cada vez que daña la imagen de las instituciones públicas que ataca, exige justicia por acusaciones de las que no tiene prueba. Sólo busca abonar el terreno a su caudillo patético y «legítimo». Al oponerse a los partidos y hablarle a la gente y no a la ciudadanía que se expresa mediante instituciones como los partidos, promueve el bonapartismo, tendencia de la que ya nos advirtieron Marx, Tocqueville y Aron.

      Insisto en mi punto, me gustaría que en México se legislara en aras de exigir un código de ética a los medios informativos, como el que tienen en otros países. No se trata de imponérselos, sino de que ellos mismos lo redacten pero se sirvan darlo a conocer para poder exigirles su cumplimiento. Tiene razón en una cosa Aristegui, hay impunidad en México, empezando por la de los periodistas, que pueden calumniar sin correr riesgo alguno ni ser desacreditados. Otros medios de comunicación en países avanzados están obligados incluso a dar a conocer sus registros contables, pues son entidades de interés público y sólo así sabe su público qué intereses y qué dinero los patrocinan. Sólo así se puede mantener la guardia. En México estamos a años luz de distancia de esto, y se nota.

      Una vez más, gracias por tus comentarios Guillermo.


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